¿Cómo viviste esa etapa en Estados Unidos?
Yo enganché en seguida, no fue para nada traumático sino todo lo contrario, fue una experiencia espectacular para crecer, para formarme, para hacerme a mí mismo. Con 19 años me fui con una raqueta y el desarraigo no me costó nada. Para mí era hacer lo mismo que venía haciendo, solo que con otros 12 tipos que me acompañaban en esto en vez de hacerlo con un grupo más reducido como me pasaba en Uruguay. Había tenistas norteamericanos pero también de otras partes del mundo y el nivel de exigencia era alto.
Hoy es más común, y los clubes de acá ya son conscientes de estas posibilidades y el sistema mismo te lleva hacia ahí, pero en aquella época era un salto al vacío más o menos. Siempre digo que es una opción muy buena para tenistas que quieren crecer y que todavía no pueden dar el salto a lo profesional.
¿Cómo recordás a la distancia tu paso por el tenis profesional?
El tenis profesional es un salto, es muy duro. Cuando terminé la Universidad, cumplí con lo que me pidieron mis padres, decidí iniciar mi camino en el profesionalismo. Tenía 24 años, había cumplido una serie de propósitos y pasos previos para tomar la decisión porque ya estaba en una edad en la que era eso o salir al mercado laboral. Y lo que me pasó fue que cuando vos encarás el tenis profesional con la cabeza de que si no cumplís con ciertos objetivos te vas y te dedicás a otra cosa se hace muy difícil porque la mente te trabaja distinto, no estás tan dispuesto a transitar ese camino durísimo que implica llegar a lo más alto en el profesionalismo.
En el tenis o te va muy bien estando entre los 150 mejores o realmente la estás peleando. Es algo que hoy de hecho desde la ATP lo están tratando cambiar, hay cada vez más torneos que reparten premios para los que están dentro de los 500 que al menos te permiten financiarte.
En 1998, cuando yo lo hice, era muy difícil. Me fue bien al principio, pero cuando empecé a ponerme ciertas expectativas comencé a encontrar una barrera dura de pasar, al intentar cruzar la barrera de los torneos de tercer grado a los de segundo, a los Challengers. El nivel era mucho mejor, la exigencia no me hizo sentir cómodo. Fueron dos años necesarios porque era algo que yo quería hacer, era un objetivo, pero no lo disfruté tanto por estar tan pendiente del resultado.
Por suerte tuve la opción de volverme a Uruguay y gracias a los estudios enganchar rápido en el mundo laboral.
¿Cuál fue tu mejor momento como tenista?
Cuando salí del College, en mayo de 1998, salí con unas ganas tremendas y me fue bárbaro hasta diciembre de ese año. Tuve muy buenos rendimientos en los torneos de Sudamérica y llegué a estar 550° del ranking ATP. Ya para 1999 armé una planificación de torneos más exigentes, para jugar Challengers, me fui a Europa, di un salto en cuanto a las expectativas, invertí más dinero. Ahí fue cuando empecé a sentir que no me encontré, comenzaron las lesiones, las vueltas a mi país para hacer las recuperaciones y el regreso a las competencias sin los resultados que esperaba. A fines de ese año tomé la decisión de que iba a seguir jugando al tenis, pero ya no a nivel profesional.
¿Cuál fue el mejor rival que te tocó enfrentar?
Fue en 1993, en un Challenger que había armado Diego Pérez y que fue la génesis del Uruguay Open. Le gané a mis pares uruguayos y tuve la suerte de jugar un partido con Mats Wilander, un jugadorazo que había sido n° 1 del ranking y que había sido invitado a ese torneo. Fue un partidazo en el que perdí 6-2 y 6-2, pero me quedo con la parte humana de aquel fenómeno que después de jugar me vino a dar consejos de cómo encarar el tenis profesional, se preocupó por saber cómo yo me había tomado aquella experiencia.
Después obviamente con los de mi generación que lograron llegar muy alto, como Gustavo Kuerten, con quién hoy mantengo una muy linda amistad, y también contra los hermanos Bryan de Estados Unidos.
¿Qué significó haber defendido a Uruguay en Copa Davis?
Eso es de lo más alto que me tocó vivir. Me tocó estar en una etapa en la que Filipini estaba retirándose y en esa transición había oportunidades para jugadores que estábamos surgiendo. Federico Dondo se afianzó rápido en el equipo de la Davis, y después tanto yo como Alejandro Olivera competíamos para ganarnos un puesto.
Ya no estábamos en el Grupo 1 de América, pero sí me tocó defender a Uruguay en partidos importantes, como un match contra El Salvador para no descender al Grupo 3, y fue de las experiencias más lindas. Duró poco porque mientras estaba en Estados Unidos no viajaba, por lo que solo pude defender a Uruguay un año y medio.
¿Cómo se vive un partido de Copa Davis? ¿Es diferente a todo?
Es diferente sí. Uruguay tiene una tradición de Copa Davis muy fuerte y cuando uno entra a la cancha las expectativas ya son distintas. Pero además te implica cambiar la cabeza rápidamente porque el tenis es un deporte muy individual y tenés que cambiar el chip de que ahora estás representando a tu país y con un equipo. A mí en particular esa experiencia ya me había tocado en el College, donde vos viajabas representando a la Universidad, y que me mentalizó para esa forma distinta de jugar. Pero la Copa Davis tiene otro nivel de presión, y la gente juega su partido, y a nosotros nos tocó llenar unos zapatos muy difíciles como los de Diego Pérez y Marcelo Filipini.